28 de julio de 2016, jueves
Sin Robert Mond no habría habido proyecto dos cero nueve y la historia de la TT 209 –de haber existido esa historia– habría sido muy diferente.
R. Mond dio a conocer la tumba. Fue tras su primera campaña en Egipto, en 1902. Llegó sin experiencia en el trabajo de campo. Posiblemente con escasos conocimientos de qué era una excavación arqueológica, pero de eso no podemos culparle pues en su generación pocos egiptólogos profesionales –y él no lo era– desarrollaban una investigación sobre el terreno merecedora de aquel nombre, con la excepción naturalmente, de W.M.F. Petrie. Desconocemos cómo llegó a su conocimiento esta tumba. Desconocemos por qué empezó a trabajar en ella. Pero la población local, que tenía que saber que la tumba existía, la denominaba Bab Mund, según nos comunicaron cuando empezamos nuestro proyecto, un cierto reconocimiento a la labor del mecenas inglés. Trabajó dos años, la segunda vez en el invierno de 1903-1904. Pero para entonces ya había descubierto un grupo de tumbas magníficamente decoradas del Reino Nuevo, de esas que ahora visitan todos los turistas –Userhat, Amenemhat– y abandonó la que denominó “tumba junto a la casa de los Abderrasul”. Ni siquiera le dio nombre. Su excavación consistió en abrir una trinchera de metro y medio en la base que desciende a la fachada de la tumba desde la superficie del wadi y se prolonga en el interior, por el eje central, atravesando la sala transversal, la de pilares y la antecámara, hasta llegar a la nororiental. La trinchera de Mond es uno de los elementos estratigráficos más notables del depósito que colmataba la tumba hasta nuestra excavación. Y nos ha acompañado en nuestra entrada arqueológica, una cámara por campaña, hasta llegar al final del recorrido en estos días. Para nosotros es un elemento cercano. Pero también ha tenido un efecto maligno. Cuando el químico británico abandonó el trabajo en la actual TT 209, la dejó sin proteger. Ni puerta ni muro que sellara la entrada. Las riadas que circularon por el wadi encontraron en la trinchera un canal artificial que las dirigía directamente hasta el interior. Y han afectado muy negativamente a la conservación de la estructura. Y han entrado bastantes, cerca de una decena. Tantas como se distinguen en la imagen de este día. A derecha e izquierda, los depósitos dejados por inundaciones que colmataron la tumba a fines del periodo antiguo. En el centro, la trinchera de Mond y los materiales dejados por las riadas que entraron por ella y la fueron colmatando en el siglo XX. Una llamada a la responsabilidad de todos los arqueólogos. Excavar un yacimiento y dejarlo sin protección al terminar el trabajo es condenarlo a desaparecer o, al menos, a su degradación.
R. Mond dio a conocer la tumba. Fue tras su primera campaña en Egipto, en 1902. Llegó sin experiencia en el trabajo de campo. Posiblemente con escasos conocimientos de qué era una excavación arqueológica, pero de eso no podemos culparle pues en su generación pocos egiptólogos profesionales –y él no lo era– desarrollaban una investigación sobre el terreno merecedora de aquel nombre, con la excepción naturalmente, de W.M.F. Petrie. Desconocemos cómo llegó a su conocimiento esta tumba. Desconocemos por qué empezó a trabajar en ella. Pero la población local, que tenía que saber que la tumba existía, la denominaba Bab Mund, según nos comunicaron cuando empezamos nuestro proyecto, un cierto reconocimiento a la labor del mecenas inglés. Trabajó dos años, la segunda vez en el invierno de 1903-1904. Pero para entonces ya había descubierto un grupo de tumbas magníficamente decoradas del Reino Nuevo, de esas que ahora visitan todos los turistas –Userhat, Amenemhat– y abandonó la que denominó “tumba junto a la casa de los Abderrasul”. Ni siquiera le dio nombre. Su excavación consistió en abrir una trinchera de metro y medio en la base que desciende a la fachada de la tumba desde la superficie del wadi y se prolonga en el interior, por el eje central, atravesando la sala transversal, la de pilares y la antecámara, hasta llegar a la nororiental. La trinchera de Mond es uno de los elementos estratigráficos más notables del depósito que colmataba la tumba hasta nuestra excavación. Y nos ha acompañado en nuestra entrada arqueológica, una cámara por campaña, hasta llegar al final del recorrido en estos días. Para nosotros es un elemento cercano. Pero también ha tenido un efecto maligno. Cuando el químico británico abandonó el trabajo en la actual TT 209, la dejó sin proteger. Ni puerta ni muro que sellara la entrada. Las riadas que circularon por el wadi encontraron en la trinchera un canal artificial que las dirigía directamente hasta el interior. Y han afectado muy negativamente a la conservación de la estructura. Y han entrado bastantes, cerca de una decena. Tantas como se distinguen en la imagen de este día. A derecha e izquierda, los depósitos dejados por inundaciones que colmataron la tumba a fines del periodo antiguo. En el centro, la trinchera de Mond y los materiales dejados por las riadas que entraron por ella y la fueron colmatando en el siglo XX. Una llamada a la responsabilidad de todos los arqueólogos. Excavar un yacimiento y dejarlo sin protección al terminar el trabajo es condenarlo a desaparecer o, al menos, a su degradación.