21 de julio de 2016, jueves
A fines del siglo XIX se desvendaba una momia en Madrid. El acontecimiento reunió a intelectuales, políticos y académicos, que vieron asombrados cómo se iban retirando las vendas más superficiales dejando traslucir las formas del cuerpo; algunas se repartieron entre los asistentes que pudieron tocar, así, tejidos milenarios. Se redactó un tiempo después un informe que ha sido identificado hace un par de décadas en la Facultad de Medicina de la Complutense de Madrid al mismo tiempo que se redescubría el cuerpo de la joven Isis. El texto presenta tantas referencias vagas o inexactas que solo pueden entenderse si se redactó de memoria bastante tiempo después de concluido aquel acto. Una de sus frases más singulares es la que menciona, con la ampulosidad frecuente en los textos académicos decimonónicos, que los restos emitían el olor balsámico típico de las resinas aromáticas orientales. La lectura de esta frase provoca en los egiptólogos actuales la duda de si efectivamente esto pudo ser así, si ese olor pudo sentirse, si los desvendamientos públicos de momias comportaban también la experiencia sensorial de oler perfumes creados varios milenios atrás.
Esta mañana, Begoña y Miguel estaban revisando las cajas almacenadas en el interior de la tumba, abriéndolas y comprobando el estado de su contenido. Al llegar a las cajitas en que se guardan, individualizados, los restos de cada uno de los recipientes del depósito de momificación y abrir la primera de ella, se han quedado paralizados por un instante. Después han levantado unos ojos asombrados. Ha sido Begoña la que ha exclamado “¡estos restos huelen!” y, poco después, “¡pero no huelen mal!”. Y ambos han confirmado al unísono: “¡perfume!”. Cómo definir la situación: sorpresa, incredulidad, emoción por ese regalo imprevisto que nos ha dado la mañana, percibir un aroma que viene de hace más de dos mil quinientos años y, aún más inesperado, alcanzarlo entre el polvo que levanta la excavación. ¡Sí, las vendas siguen exhalando un ligero aroma! Uno difícil de describir: recuerda a madera, a resinas, ligeramente ahumado … lo que todo el equipo, agolpado en torno a la caja, ha coincidido en calificar, incapacitados en ese momento por la sorpresa de encontrar algo más original, como … ¡oriental! Igual que hicieron en el siglo XIX, cuando desvendaron la momia de la sacerdotisa Isis en Madrid.
Esta mañana, Begoña y Miguel estaban revisando las cajas almacenadas en el interior de la tumba, abriéndolas y comprobando el estado de su contenido. Al llegar a las cajitas en que se guardan, individualizados, los restos de cada uno de los recipientes del depósito de momificación y abrir la primera de ella, se han quedado paralizados por un instante. Después han levantado unos ojos asombrados. Ha sido Begoña la que ha exclamado “¡estos restos huelen!” y, poco después, “¡pero no huelen mal!”. Y ambos han confirmado al unísono: “¡perfume!”. Cómo definir la situación: sorpresa, incredulidad, emoción por ese regalo imprevisto que nos ha dado la mañana, percibir un aroma que viene de hace más de dos mil quinientos años y, aún más inesperado, alcanzarlo entre el polvo que levanta la excavación. ¡Sí, las vendas siguen exhalando un ligero aroma! Uno difícil de describir: recuerda a madera, a resinas, ligeramente ahumado … lo que todo el equipo, agolpado en torno a la caja, ha coincidido en calificar, incapacitados en ese momento por la sorpresa de encontrar algo más original, como … ¡oriental! Igual que hicieron en el siglo XIX, cuando desvendaron la momia de la sacerdotisa Isis en Madrid.